Noviembre, 02 de 2014
Haciendo
escuchar mi voz
Yo como hija menor de una familia
pido se revise la común idea de que todo niño o niña que ocupe el
lugar del benjamín en su ámbito familiar, es un consentido. No entiendo
como la sociedad insiste en llamar y calificar a los niños menores de esa
manera, si desde que nacemos tenemos que defendernos de esos monstruosos
hermanos quienes envenenados por los celos, son forzados a tratarnos con
suavidad y ternura. Esto es confuso, pues el maraco, es el juguete preferido de
los hermanos mayores. Los papás al cerciorarse de la inminente llegada de
un nuevo bebé y deseosos de anunciarlo, dicen: ¿Adivinen qué? Tendrán un
hermanito con quien jugar. Así es la manera como los padres lo venden para evitar
que ese bebé por llegar, sea visto como un intruso en la familia. El daño está
hecho y ese nuevo retoñito, por ser el último, será el "pushing ball"
particular de cada hermano mayor.
Remontándome a años atrás, doy fe de estas palabras. Las personas
se referían a mí como la maraquita, por ser la más chiquita. Las maracas
son sonoras y lucen frágiles; se rompen con facilidad. Tal vez eso tenga que
ver con la súplica diaria de mis papás y abuela al decir: por favor, no me la
toquen. Si alguien lo hacía, yo lloraba de terror o si no, era que me bucheaba
porque me agitaban como licuadora justo recién tomado el tetero.
Personalmente, a los dos meses saboreé por primera vez una
pastilla de chicle Adams de canela, que afortunadamente ante el agudo chillido,
fue retirado insofacto de mi boca. O ese mordisco en mi delicado piecito que osó
salirse de los barrotes de la cuna. El dedito que quedó trabado en el coche al
ser cerrado conmigo adentro. Ser alimentada con esa suculenta ensaladita
preparada y que para la muñeca, a base de sobras de cebolla, ajo,
pimentón, celery; a Dios gracias fui rescatada de un inminente dolor de
barriga, como siempre, después de un grito de auxilio. Esos cuartos oscuros
donde se proyectaban extractos de películas de tarántulas gigantes, vampiros
sanguinarios y del horrible Frankenstein, que ofrecían una noche de
pesadilla segura. El eterno caribeo: nunca ventana para mí por ser la última en
montarse en el carro después de una reñida carrera, o para ti poquito
porque eres chiquita.
Fui testigo de muchos experimentos mecánicos y físicos de los
pichones de ingenieros, quienes crearon garruchas que necesitaron ser probadas
o contribuir, de manera forzada, con la bellísima y tan esperada casita
de muñecas, para la creación una casa de
guarda bosque en el copo de una mata de mango, y luego verla destruida al caer
tablita sobre tablita.
Heredera de chivas, más bien reliquias familiares y si me
regalaban ropita nueva, el típico: préstamela hermanita que tu no sales tanto!
Mi hermana adolescente, con novio, y allí estaba yo, la inocente hermanita
cuida gorro, quien cual chaperona, evitaba un pase de base, haciéndome la Shakira
ciega, sorda y muda, recibiendo "sobornos" que mantenían la fiesta en
paz.
En
el colegio el reto constante de responder al llamado de los profesores quiénes
puntualmente confundían mi nombre con el de mi hermana; o el tener que demostrar
lo contrario de la típica presunción, a ver si eres como tu hermana.
Si te encuentras en la situación de hijo(a) menor y te sientes
aludido(a) por lo aquí expresado, te invito a unirte a mi clamor de desmontar
esa falsa idea. Reenvía tu sentir a este correo y únete a la reivindicación del
niño más pequeño.
Importante, si queremos terminar con ese falso mito, debemos
unirnos para hacer público un manifiesto en pro de la causa.

Irene
Koeneke
Excelente, fue divertido leerte. No puedo unirme a tu movimiento de apoyo a los hermanos menores, porque resulta que soy el mayor de todos.
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