Originalmente escrito en Agosto 2014 y modificado en Junio 2018.
Entiendo que a muchas personas les sea
difícil ser optimista en estos tiempos, cuando tenemos una sociedad muy
compleja y que nos exige cada vez más, la cual nos lleva a tener mucha
incertidumbre sobre el futuro. Y que nos aflige aún más cuando vemos que a
escala mundial existe una profunda crisis social y económica.
Es nuestras mentes, experimentamos
luchas de pensamientos negativos y positivos. Los primeros, parecieran ser los
más fuertes, porque crean desesperanza y desaniman el espíritu luchador. Sin
embargo, al ponerlos bajo la óptica que simplemente son cuestionamientos de
nuestro ser para con la vida, con la sola intención de que hagamos conciencia
de nuestra existencia, nos damos cuenta de la necesidad para emplear nuestras
capacidades para accionarnos de manera positiva.
Cuando recuerdo el hecho de que mi
padre llegó a Venezuela solo y a muy corta edad (15 años), pienso que lo hizo
pensando con el optimismo de lograr prosperidad para su bienestar y el de su
familia, y así convertirse en “hombre” en una tierra extraña, y no pensó que
dejaba a sus padres, hermanos, a su pueblo natal, ni a su nación. Para mí, esto
representa un ejemplo de fe y esperanza en la vida, y su legado es que el
trabajo continuo, la unión y el amor de la familia, así como, el humor, las
alegrías, la honestidad, la generosidad, la amistad y la responsabilidad, entre
otros valores, es lo que nos hace una mejor persona.
El pasado es mi fuente de energía,
porque solo veo buenos recuerdos (me enfoco solo en ellos). Los juegos y peleas
de niñez con mis hermanos y amigos, las alegrías, los paseos familiares, las
dificultades, los regaños de mis padres, fueron aspectos que consolidaron mis
bases de lo que soy ahora. Cuando vivo el presente, también me traslado a mi pasado,
porque las alegrías con mis hijos me recuerdan las alegrías con mis padres.
Aprendí a no lamentarme de lo que me falta y valorar lo que tengo. Así como
también aprendí a tener esperanza y fe en Dios (que es vida), porque él es
justo y me provee de un buen futuro, puesto que en el presente hago mi mejor
esfuerzo para hacer bien las cosas. No juzgo lo que me pasa y siempre agradezco
lo que me llega, sin valorar si es mucho o poco.
La confianza en mí mismo, la confianza
en la vida, el entusiasmo y la perseverancia, son las actitudes que me permiten
ver las dificultades como retos. En Diciembre de 1999, ocurrió en el Litoral
Central un fenómeno natural que devastó muchos lugares, incluyendo donde vivía.
A pesar de ello, agradecí a Dios que todos pudimos sobrevivir a tan aterrador
evento y que logramos reunirnos con prontitud. No lamentamos haber perdido la casa,
los enseres, la ropa y el trabajo de algunos de nosotros. Estos problemas los
sobrellevamos, gracias a nuestra voluntad y esfuerzo, no nos sentamos a llorar
porque ya habíamos ganado mucho: “todos estábamos vivos”. Si en la vida
cultivamos las relaciones de amistad y de familias, en momentos de crisis, como nos ocurrió, recibes la ayuda
necesaria para seguir adelante. Por esto, estoy siempre agradecido con mis
amigos y familiares, así como también de desconocidos, que nos ayudaron
desinteresadamente con atenciones, palabras de aliento y donaciones.
En momento de severas crisis personal,
cuando sentía que mi mundo se derrumbaría, que mi futuro era lúgubre, de
repente vino a mi mente la pregunta “¿Quién soy?” y me dije: “soy Martín
Fernández, una buena persona, trabajadora, optimista, alegre y entusiasta con
la vida, entonces, no me puede ir mal”. Desde ese momento, reflexionando de esa
manera, las penumbras se fueron disipando. Y no permití que las circunstancias
cambiaran mi forma de ser ante los nuevos retos de la vida. Entendí que tendría
otra dinámica, una manera distinta de vivir, pero no necesariamente debería ser
negativa para mí y me apoderé de esta nueva fiesta.
Asemejo la vida con mi práctica deportiva
(la natación). Cuando me inicié en esto, solo podía nadar 600 metros y dos
veces a la semana, el cansancio era excesivo, tenía muy baja condición física. Ahora,
mis sesiones llegan hasta 2.500 metros y tres o cuatro veces a la semana y con
una satisfacción profunda. Esta mejoría en la distancia lo logré en dos años,
con perseverancia y mucha paciencia. Aprendí que las grandes metas se obtienen
pensando en pequeños logros, que con trabajo y confianza se puede mejorar poco
a poco para cumplir nuestros objetivos; primero, los más sencillos y que están
al alcance inmediato, para luego establecer nuevos retos (algunos de mayor
complejidad y que requieren mayor esfuerzo). También entendí que es importante escuchar
a nuestro cuerpo, quien es el medidor de nuestras capacidades, y que la
atención debe enfocarse hacia el lado positivo de nuestra mente, que es la que nos anima a avanzar. De igual manera comprendí
que éste es un esfuerzo individual, es decir, depende de ti cumplir con tus
expectativas y que los compañeros, son solo eso, compañeros, quienes te animan,
pero tú eres el que vive.
En síntesis, pienso que para ser
optimista tenemos que:
- No juzgar las circunstancias, y menos tomarlo de manera personal. Lo que nos pasa, tiene una razón de ser.
- Las adversidades son retos. Y si tenemos confianza en nosotros mismos, paciencia y perseverancia, se logra avanzar. Una vez, un buen amigo me dijo “Dios no nos pone dificultades que no podamos soportar, tú eres un buen hombre y Él lo sabe”, estaré siempre agradecido por esas palabras de aliento.
- Hay que conservar la alegría y el humor, esto nos llena de energía y vitalidad.
- Es importante cuidar la salud, porque nuestro cuerpo necesita cariño, quien te recompensará en mente y espíritu.
- Ser consciente de lo que somos y de nuestras capacidades, pero también, a donde podemos llegar.
- Cultivar la buena amistad, la desinteresada y de apego seguro. Esto permite nutrirnos emocionalmente.
- Vivir el presente. Ver el pasado como un aprendizaje, que nos permite evaluar cuanto hemos crecido como persona. Y el futuro hay que verlo como nuevas aventuras que nos vienen.
- Distinguir entre los problemas que podemos resolver y cuales no están a nuestro alcance. Entonces, no quejarnos sino accionarnos sobre los primeros, los otros, lo dejamos en manos de la vida, ella con su sabiduría los resuelve.
- Amar lo que hacemos, lo que tenemos y a las personas que son protagonistas en cada etapa de nuestras vidas. Y a los desconocidos verlos como potenciales amigos, porque no se sabe si formarán parte de un futuro próximo.
Con
todo esto no quiero decir que soy invulnerable. Al igual que muchos, también me
deprimo, tengo tristezas, me canso y, a veces, hasta me dan ganas de llorar;
pero hay que levantarse y seguir, no podemos estancarnos y rumiar en nuestras supuestas
desgracias.
Espero
tener la sabiduría para transmitir a mis hijos esta óptica de ser en la vida,
sería el más valioso legado de aprendizaje que les puedo dar, lo que me haría feliz
y satisfacción como padre. También quisiera que este mensaje pudiera sembrar en
mis amigos y a cualquiera que tenga oportunidad de leerlo esa actitud optimista
hacia la vida, la cual es hermosa, solo que necesitamos ponernos el lente correcto
para apreciarla.
FIN