martes, 5 de junio de 2018

¿Por qué soy optimista?

Autor: Martín A. Fernández Ch.
Originalmente escrito en Agosto 2014 y modificado en Junio 2018.

Entiendo que a muchas personas les sea difícil ser optimista en estos tiempos, cuando tenemos una sociedad muy compleja y que nos exige cada vez más, la cual nos lleva a tener mucha incertidumbre sobre el futuro. Y que nos aflige aún más cuando vemos que a escala mundial existe una profunda crisis social y económica.

Es nuestras mentes, experimentamos luchas de pensamientos negativos y positivos. Los primeros, parecieran ser los más fuertes, porque crean desesperanza y desaniman el espíritu luchador. Sin embargo, al ponerlos bajo la óptica que simplemente son cuestionamientos de nuestro ser para con la vida, con la sola intención de que hagamos conciencia de nuestra existencia, nos damos cuenta de la necesidad para emplear nuestras capacidades para accionarnos de manera positiva.

Cuando recuerdo el hecho de que mi padre llegó a Venezuela solo y a muy corta edad (15 años), pienso que lo hizo pensando con el optimismo de lograr prosperidad para su bienestar y el de su familia, y así convertirse en “hombre” en una tierra extraña, y no pensó que dejaba a sus padres, hermanos, a su pueblo natal, ni a su nación. Para mí, esto representa un ejemplo de fe y esperanza en la vida, y su legado es que el trabajo continuo, la unión y el amor de la familia, así como, el humor, las alegrías, la honestidad, la generosidad, la amistad y la responsabilidad, entre otros valores, es lo que nos hace una mejor persona.

El pasado es mi fuente de energía, porque solo veo buenos recuerdos (me enfoco solo en ellos). Los juegos y peleas de niñez con mis hermanos y amigos, las alegrías, los paseos familiares, las dificultades, los regaños de mis padres, fueron aspectos que consolidaron mis bases de lo que soy ahora. Cuando vivo el presente, también me traslado a mi pasado, porque las alegrías con mis hijos me recuerdan las alegrías con mis padres. Aprendí a no lamentarme de lo que me falta y valorar lo que tengo. Así como también aprendí a tener esperanza y fe en Dios (que es vida), porque él es justo y me provee de un buen futuro, puesto que en el presente hago mi mejor esfuerzo para hacer bien las cosas. No juzgo lo que me pasa y siempre agradezco lo que me llega, sin valorar si es mucho o poco.

La confianza en mí mismo, la confianza en la vida, el entusiasmo y la perseverancia, son las actitudes que me permiten ver las dificultades como retos. En Diciembre de 1999, ocurrió en el Litoral Central un fenómeno natural que devastó muchos lugares, incluyendo donde vivía. A pesar de ello, agradecí a Dios que todos pudimos sobrevivir a tan aterrador evento y que logramos reunirnos con prontitud. No lamentamos haber perdido la casa, los enseres, la ropa y el trabajo de algunos de nosotros. Estos problemas los sobrellevamos, gracias a nuestra voluntad y esfuerzo, no nos sentamos a llorar porque ya habíamos ganado mucho: “todos estábamos vivos”. Si en la vida cultivamos las relaciones de amistad y de familias, en momentos de  crisis, como nos ocurrió, recibes la ayuda necesaria para seguir adelante. Por esto, estoy siempre agradecido con mis amigos y familiares, así como también de desconocidos, que nos ayudaron desinteresadamente con atenciones, palabras de aliento y donaciones.

En momento de severas crisis personal, cuando sentía que mi mundo se derrumbaría, que mi futuro era lúgubre, de repente vino a mi mente la pregunta “¿Quién soy?” y me dije: “soy Martín Fernández, una buena persona, trabajadora, optimista, alegre y entusiasta con la vida, entonces, no me puede ir mal”. Desde ese momento, reflexionando de esa manera, las penumbras se fueron disipando. Y no permití que las circunstancias cambiaran mi forma de ser ante los nuevos retos de la vida. Entendí que tendría otra dinámica, una manera distinta de vivir, pero no necesariamente debería ser negativa para mí y me apoderé de esta nueva fiesta.

Asemejo la vida con mi práctica deportiva (la natación). Cuando me inicié en esto, solo podía nadar 600 metros y dos veces a la semana, el cansancio era excesivo, tenía muy baja condición física. Ahora, mis sesiones llegan hasta 2.500 metros y tres o cuatro veces a la semana y con una satisfacción profunda. Esta mejoría en la distancia lo logré en dos años, con perseverancia y mucha paciencia. Aprendí que las grandes metas se obtienen pensando en pequeños logros, que con trabajo y confianza se puede mejorar poco a poco para cumplir nuestros objetivos; primero, los más sencillos y que están al alcance inmediato, para luego establecer nuevos retos (algunos de mayor complejidad y que requieren mayor esfuerzo). También entendí que es importante escuchar a nuestro cuerpo, quien es el medidor de nuestras capacidades, y que la atención debe enfocarse hacia el lado positivo de nuestra mente, que es la que  nos anima a avanzar. De igual manera comprendí que éste es un esfuerzo individual, es decir, depende de ti cumplir con tus expectativas y que los compañeros, son solo eso, compañeros, quienes te animan, pero tú eres el que vive.

En síntesis, pienso que para ser optimista tenemos que:
  • No juzgar las circunstancias, y menos tomarlo de manera personal. Lo que nos pasa, tiene una razón de ser.
  • Las adversidades son retos. Y si tenemos confianza en nosotros mismos, paciencia y perseverancia, se logra avanzar. Una vez, un buen amigo me dijo “Dios no nos pone dificultades que no podamos soportar, tú eres un buen hombre y Él lo sabe”, estaré siempre agradecido por esas palabras de aliento.
  • Hay que conservar la alegría y el humor, esto nos llena de energía y vitalidad.
  • Es importante cuidar la salud, porque nuestro cuerpo necesita cariño, quien te recompensará en mente y espíritu.
  • Ser consciente de lo que somos y de nuestras capacidades, pero también, a donde podemos llegar.
  • Cultivar la buena amistad, la desinteresada y de apego seguro. Esto permite nutrirnos emocionalmente.
  •  Vivir el presente. Ver el pasado como un aprendizaje, que nos permite evaluar cuanto hemos crecido como persona. Y el futuro hay que verlo como nuevas aventuras que nos vienen.
  • Distinguir entre los problemas que podemos resolver y cuales no están a nuestro alcance. Entonces, no quejarnos sino accionarnos sobre los primeros, los otros, lo dejamos en manos de la vida, ella con su sabiduría los resuelve.
  • Amar lo que hacemos, lo que tenemos y a las personas que son protagonistas en cada etapa de nuestras vidas. Y a los desconocidos verlos como potenciales amigos, porque no se sabe si formarán parte de un futuro próximo. 
Con todo esto no quiero decir que soy invulnerable. Al igual que muchos, también me deprimo, tengo tristezas, me canso y, a veces, hasta me dan ganas de llorar; pero hay que levantarse y seguir, no podemos estancarnos y rumiar en nuestras supuestas desgracias.

Espero tener la sabiduría para transmitir a mis hijos esta óptica de ser en la vida, sería el más valioso legado de aprendizaje que les puedo dar, lo que me haría feliz y satisfacción como padre. También quisiera que este mensaje pudiera sembrar en mis amigos y a cualquiera que tenga oportunidad de leerlo esa actitud optimista hacia la vida, la cual es hermosa, solo que necesitamos ponernos el lente correcto para apreciarla.

FIN