martes, 30 de diciembre de 2014

EL CORCHO, RECUERDO DE UN COMIENZO

Autor: Martín A. Fernández Ch.

Era un sábado de Octubre, que pretendía ser un día normal, propio del mes, soleado y un cielo despejado de un intenso azul, la diferencia la hacía un compromiso que tenía con una amiga para almorzar. Nos habíamos conocido hace algún tiempo, siempre manteníamos contacto por motivos de trabajo, pero con el tiempo se fue construyendo una relación más estrecha, hasta llegar a compartir algunas intimidades.

Últimamente, nos reuníamos más a menudo para almorzar o cenar, y ponernos al día sobre nuestras vidas, teníamos preocupaciones por nuestros hijos. Su hijo, se había ido a estudiar a una universidad fuera de Caracas, en Barquisimeto, a donde casualmente también se fueron mis pequeños hijos a vivir con su madre. Esa carencia, por la distancia de nuestros amores, nos unía en largas conversaciones, no necesariamente para lamentarnos, sino para acompañarnos en frescas estancias, hablando de anécdotas, de lo bello de la vida, y hasta tratando de descifrar las incógnitas de la vida para llegar a ser feliz.

Recuerdo que ese día, como todos los sábados, me levantaba temprano, a las seis de la mañana, para ir a caminar al Parque del Este; luego, pasar por el mercadito de la calle de Los Palos Grandes a comprar frutas, un ramo de margaritas blancas o amarillas, y una rica cachapa con queso de mano para desayunar, la cual me permitía presumir antes mis grandes amigos del exterior, quienes no dejan de añorar un desayuno como ese, según las conversaciones en los chats.

Cerca de la hora de la cita, la cual era entre las dos y tres de la tarde, me voy preparando, esta vez prefiero ir bien vestido, no elegante, con un toque de mi mejor perfume, quiero que ella se sienta a gusto conmigo; además, ella es una mujer muy hermosa, cabello largo y elegante, de piel morena y una sonrisa contagiosa. Quedamos en que me buscaba en su carro; como siempre, para mí era una incertidumbre a donde iríamos a comer, ella conoce más de restaurantes, es más caraqueña, y siempre damos con lugares donde se puede disfrutar de excelente comida y de un buen vino.

Llegamos al restaurant, uno que se llama Rúa, ubicado en Las Mercedes, primera vez que lo visitaba. Escogimos una mesa cerca de la entrada, pedimos de comer, primero una entrada, luego algo del mar como plato fuerte, y lo acompañamos de una botella de un buen vino blanco que ella escogió, quien tiene mayor aprecio a la belleza de esta bebida. Durante el almuerzo conversamos agradablemente de muchos temas, de los hijos, del trabajo, del beisbol, de los amigos, en fin, de la vida; luego, vino el postre, y seguimos conversamos, se acabó el vino, y tomamos un digestivo, el cual repetimos, y no paramos de compartir nuestros emociones.

Ya eran como las siete de la noche, cuando comienzan a llegar los invitados a la celebración de aniversario de casados de una pareja desconocida, quienes habían reservado un salón en el segundo nivel del restaurant, animada con música, la cual aprovechamos para bailar al lado de la mesa, ella baila muy bien. Sonaba salsa y nos reímos mucho, porque se me había olvidado como girar y moverme, hasta que agarré el ritmo.  En todo ese tiempo nos conectamos de manera especial, sentí algo distinto a otros días, sentí que nos enlazamos de verdad, sentí como si viajáramos juntos en el tiempo y en el espacio, allí y en ese momento entendí lo importante que era ella para mí.

No le dije nada, para mí era muy importante ese sentimiento de la amistad, pero quise llevarme un recuerdo, y ese fue el corcho de la tapa de la botella de vino, el cual mantuve en mi mano, que en algún momento se me cayó al piso, pero lo recuperé. Parece tonto, pero pensaba que de cosas sencillas se pueden tener recuerdos hermosos, y se me ocurrió que ese corcho era el objeto que me recordaría ese momento en particular cuando nació una amistad más estrecha y verdadera.

Esa amistad, en pocos días, se convirtió en un sentimiento profundo y sincero, lleno de plenitud y de paz, como es el amor.

FIN 

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Otro significado para la Navidad

     Na
   Ávida
    Vida
    Dad
Navidad

Na: Símbolo del Sodio, sal. Da gusto y realza el sabor
Toda vida es ávida de sabor, de realce, de significado
Dad, ofreced sal a la vida
Dad, ofreced sabor y realce a vidas propias y cercanas
Navidad: iniciad a saborear la vida

Carmen Lucía Rojas
24 de diciembre de 2014

martes, 16 de diciembre de 2014

¡DIOS EXISTE!

Por: Martín Fernández (Octubre 2014)


Para mí, todo comenzó un día martes 14 de diciembre de 1999.

Estaba en Caracas celebrando el día Internacional del Tasador Panamericano, era una reunión en horas de la noche festejando entre colegas y amigos, con bebidas y pasapalos. En este ambiente de cordialidad se hablaba sobre temas gremiales y del país, específicamente que el siguiente día sería el referendum para aprobar la nueva Constitución.

Normalmente no me gustaba estar hasta muy tarde en Caracas, porque vivía en una urbanización llamada Carmen de Uria, ubicada a un lado de la vía antes de llegar a Naiguatá, en el Litoral Central. Las salidas nocturnas implicaban llegar muy tarde a mi casa y había que sufrir las penurias del servicio de transporte público nocturno; pero lo más angustioso era que mi mamaita no descansaba hasta que llegase a casa, con bastante razón, puesto que representaba peligro. Pero en esta oportunidad pude quedarme un buen rato en la celebración, debido a que me esperaban una pareja de amigos, que andaban en vehículo y vivían en el mismo sector. Llegada las nueve de la noche me despedí de la reunión y fui a encontrarme con mis vecinos.

Mi amiga le insistió a su novio que quería pasear por el Sambil, a lo cual no pudo negarse y me tocó acompañarlos. Por un buen rato nos perdimos caminando por los pasillos viendo tiendas; más tarde, nos apeteció cenar en dicho centro comercial. Estaba despreocupado por la hora y fue a las once cuando nos dispusimos a bajar a La Guiara.

Durante el camino estuvo lloviznando de manera débil, pero persistente. Por cierto, desde Septiembre había estado lloviendo y más recurrente desde hace cuatro semanas, siempre lloviznas breves. Ya habían ocurrido algunos derrumbes;sin embargo, en la zona siempre se pensaba que eso era algo muy natural. Mi amigo, que se crió en Uria, conocía las eventualidades que podrían presentarse en el camino y no dejaba de decirnos que la carretera era peligrosa en el tramo de Tanaguarena a la casa, puesto que de las laderas se desprendían rocas por causa del agua y si seguía lloviendo era preferible quedarse en otro lugar. Adicionalmente, nos preocupaba pasar antes que se desbordarse la quebrada “La Alcantarilla de Oro”.

Dicha carretera es estrecha y extremadamente oscura.  Esas condiciones de clima nos obligaban a estar alerta y andar despacio. En la medida que nos acercábamos a la bendita quebrada, el lodo en el asfalto se hacía más abundante y justamente en el puente se atascó el vehículo que iba delante de nosotros, quedando atravesado de tal manera que no dejó espacio para que ningún otro pudiera pasar. Algunos intentaron empujarlo, luego probaron remolcarlo, pero fue inútil. En eso empezó a llover más intensamente, haciendo que bajara mayor cantidad de lodo de la montaña y realmente nos preocupamos cuando comenzó a cubrir al vehículo atascado; entonces fue cuando decidimos dar vuelta atrás. Esa noche no tuvimos otra opción que quedarnos a dormir en un motel, en Tanaguarena.
 
Pienso ahora, no recuerdo haberlo pensado en ese momento de angustia, que si mi amiga no se hubiese antojado de pasear por el centro comercial, esa noche ya estaríamos en casa.


Miércoles, día del referéndum “Si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella”.

Amaneció. Recuerdo que era un día soleado con pocas nubes, aparentaba ser un día normal. Intentamos nuevamente ir a casa, pero nos conseguimos con una montaña sobre la carretera, lo que significaba que estaríamos a la deriva un buen tiempo. Les propuse ir a Los Corales, allí vivía una prima de mi madre, quien al vernos nos invitó a desayunar. Allí pude cambiarme el traje formal de la reunión de anoche por una vestimenta más cómoda, con franela, short y sandalias. Al rato, llegó mi primo echándonos los cuentos sobre los derrumbes en Corapal, y de que estuvo toda la madrugada auxiliando a los vecinos.

Salimos de nuevo a ver el estado del derrumbe en la carretera. El avance de los trabajo de la Alcaldía para despejar la vía, era a paso de tortuga por causa de la gran cantidad de rocas, tierra y barro acumulados. De pronto, empezó a lloviznar nuevamente, lo cual nos hizo salir de allí y nos fuimos esta vez a donde un amigo que vivía en el Caribe, en el edificio Los Molinos, más arriba de los campos de golf. Yo había propuesto ir otra vez a Los Corales, pero mis compañeros no estuvieron de acuerdo conmigo. Allí almorzamos, nuestra intención era que este amigo nos llevase hasta el derrumbe y que nosotros cruzaríamos caminando, pero él no estuvo de acuerdo por considerarlo peligroso porque seguía lloviendo. Nos propuso quedarnos a dormir y en la mañana siguiente nos llevaba. Aceptamos y pasamos la noche, pero no fue la única.

En la casa de mi prima en Los Corales hubiésemos dormido más cómodos, pero esa fue la decisión de la mayoría y fue una sabia decisión, como luego comprobaríamos.


Jueves, “el cielo se hace agua”.

La lluvia continuó, pero esta vez con mayor intensidad. La noche la pasamos algo incómodos, durmiendo en la sala, sobre una colchoneta, pero descansamos. Pensaba que el aguacero sólo tenía la intención de arrullar los sueños y que en la mañana el cielo se abriría para dar paso a la luz, pero no fue así, amaneció oscuro.

Al levantarme, mi amigo mencionó que había hablado por teléfono con su hermano, quien le dijo que el río de Carmen de Uria estaba crecido y a punto de desbordarse. Esto me preocupó porque mi casa se ubicaba muy cerca de su cauce. En algún momento, gracias a una llamada telefónica realizada a un amigo que se encontraba en el sitio, pude saber que mi familia se encontraba bien, pero aún así la inquietud persistía.

Yo, al igual que mi hermano menor con su esposa y su bebé, aún vivía con mis padres. También, por las tardes al salir del colegio, mis tres sobrinos por parte de mi segundo hermano llegaban a casa, donde eran cuidados por mi madre. Mi cuñada los buscaba al final de su jornada de trabajo, pero en esta oportunidad no pudo hacerlo por las dificultades provocadas por la mencionada lluvia.

El día transcurrió sin parar de llover, por la ventana se mostraba un cielo ennegrecido. Recuerdo en el pasado haber visto lluvias intensas, donde el agua corría por las calles, las alcantarillas se tapaban y se formaban lagunas, siendo divertido ver los carros intentando pasar. Yo, aún seguía pensando que la tormenta era pasajera, sólo me preocupaba que el río de Uria pudiese desbordarse.

Entrada la noche, mi amigo me dijo que el río se había desbordado. Ahora si mi ansiedad era extrema, pero mantenía la fe de que mi familia estuviese a salvo. Esa noche la pasamos angustiados, dormimos poco. A veces, teníamos señal de celular y podíamos comunicarnos con alguien de la zona; de esa manera, pude enterarme que mi familia se encontraba bien.


Viernes, “ahora si es en serio el aguacero”.  

Es cuando me doy cuenta que la situación no es pasajera, que no es una nube como a veces decimos. El cielo lloraba a cántaros y el miedo nos invadió. Nos enteramos que Carmen de Uria era un desastre, que el desbordamiento del río hizo estragos derribando casas habitadas y llevándose todo por delante. Esa noche no dormimos y fue una noche muy larga.

En una de las llamadas que logramos hacer, nos dijeron que el río se llevó a una amiga nuestra y a su hija y que no se supo más de ellas, desaparecieron en la brava corriente. También nos enteramos que mi gente seguía a salvo, pero aún no había podido hablar con alguno de ellos.

Al celular de mi amigo llamó mi cuñada, la madre de mis tres sobrinos. Ellos vivían en ese momento en un sector que se llama San Julián, hacia la montaña, donde nace un río con ese mismo nombre. Ella me preguntó con voz desesperada si tenía noticias de sus hijos, a lo cual respondí que sí, que estaban bien, pero ocultándole que no había podido contactarlos directamente y que todo lo que sabía era por referencia de otros. También hablé con mi hermano, quien me dijo que por su casa todo era un desastre, que el río estaba crecido, me afirmaba “se parece al Niágara”, que estaba violento y llevaba consigo troncos inmensos de árboles que venía arrastrando desde lo alto de las montañas. El Ávila se estaba desgarrando.

Más tarde mi cuñada volvió a llamarme, esta vez para despedirse porque pensaba que no iba a sobrevivir y para pedirme que cuidara a sus hijos. La animé, o eso traté de hacer, diciéndole que todo iba a salir bien.  


Sábado, “el Sol sale para todos” .   

El cielo siguió sudando en la madrugada, pero su intensidad iba disminuyendo. Durante la noche conciliamos el sueño por ratos, ya comenzábamos a mostrar la desesperación en llantos. En mi caso no perdía la fe en que mi gente sobreviviera, pero a veces me desanimaba.

Amaneció!, no creo haber visto en mi vida un cielo tan hermoso, aún con ciertas nubes, pero el Sol asomó su cara y sus rayos de luz comenzaron a penetrar para calentar el ambiente, surgió la esperanza. De repente comenzaron a escucharse los helicópteros en el cielo, volaban como enjambres de un lado a otro. Se había iniciado el rescate masivo por parte de la Fuerza Aerea. Cerca de donde estaba, se ubicaba uno de los lugares designado para evacuar a la gente, específicamente en el campo de golf. Nuevamente, nos comunicamos con la gente de Uria, ya se había iniciado su rescate, los llevaban a todos para el aeropuerto de Maiquetía.

Salimos a la calle y quedamos perplejos ante aquella vista; todo era un ambiente de caos, se caminaba sobre el barro aún húmedo, con olor a tristeza y la gente deambulaba como muertos vivientes, sin rumbo definido. Fuimos al campo de desalojo, coordinado por el Ejército, las familias estaban organizadas en fila, esperando su turno para montarse en los helicópteros, lo importante era salir de allí, nadie se preocupaba del destino del viaje. En mi caso, sólo pensaba reunirme con los míos.

Luego, bajamos a la Marina del Sheraton para intentar navegar hasta Uria, pero era imposible, muy peligroso, porque en el mar flotaban cardúmenes de troncos, que habían sido vomitados por los ríos y quebradas, luego de haberse hartado las montañas con rabia. Entonces regresamos al lugar de nuestra residencia de cobijo; en el camino perdí mis sandalias, se rompieron por el pesado caminar en el lodasal. Llegando a la puerta del edificio me llevo mi primera sorpresa, dificulto que haya sido casualidad, veo venir a mi hermano con su esposa, quienes se habían despedido para siempre la noche anterior. Yo sólo dije ¡coño, están vivos!,  nos abrazamos, no hubo llanto, tampoco alegría, aún estábamos absortos del terror de esos días. Mi cuñada solo me preguntó ¿Qué sabes de los niños? a lo que respondí “supe que a la gente de Uria los estaban llevando al aeropuerto”. Ella se fue hacia los helicópteros y logró montarse rápidamente y mi hermano se quedó conmigo.

Yo continuaba descalzo. Por los lados de la piscina del edificio había un par de zapatos de goma, pregunté de quién era, nadie me supo decir, más bien los vecinos me decían que los agarrara, lo cual hice.

Estando todos juntos, mi hermano, mi amigo y Yo, decidimos irnos del lugar. Iniciamos nuestra caminata hasta La Guiara, allí nos esperaban unos amigos caraqueños que habíamos contactado para que nos buscaran.

No éramos los únicos, era una gran marcha, como aquellos éxodos de pueblos completos que huyen de la guerra o de una epidemia y que nunca imaginé ser protagonista de una. En ese largo camino fue cuando verdaderamente me di cuenta de lo que había pasado, entendí que el desastre era generalizado, que el terror vivido no era de pocos, sino de muchos. De vez en cuando, le preguntaba a mi hermano por dónde andábamos y nunca fue capaz de reponderme con precisión, pues el desatre era tan grande que se hacía difícil identificar las urbanizaciones  y muchas calles habían desaparecido bajo inmensas rocas. Seguimos nuestro andar, en el trayecto nos conseguíamos amigos, nos alegrábamos al vernos e intercambiábamos nuestros horrores vividos.

Llegamos a La Guaira, donde nos esperaban los caraqueños en motos. Yo nunca me había subido en una y no pienso hacerlo más, a no ser que verdaderamente lo necesite. Ellos tenían la intención de llevarnos directamente a Caracas, pero le pedimos pasar primero por el aeropuerto, queríamos ver si nuestra familia estaba allí.

El aeropuerto era un caos, gente por todos lados, todo lucía desordenado, se sentía un profundo hedor en el ambiente. Mi hermano y Yo, lo recorrimos rápidamente sin éxito, no vimos a nuestra familia, sólo conseguimos amigos que nos dijeron que los habían visto. Al salir del sitio, me conseguí con mi primo de Los Corales, quien me dijo que su madre estaba bien, nos ofreció quedarnos en Catia La Mar, lo cual agradecí, pero nuestra prioridad era conseguir a los nuestros.

Ya estaba oscureciendo, serían más de las seis de la tarde. Nos montamos de parrilleros en las motos, nuestros amigos caraqueños nos dijeron que estaban atracando en la autopista, que subiríamos sin parar y rápido. Así lo hicimos. Pensaba que no llegaría, las piernas me dolían de apretarlas para no caerme de la moto. Cuando llegamos a la autopista Francisco Fajardo, a la altura de la entrada al Paraíso, le pedí al conductor que parara, necesitaba estirarme y relajarme un rato. En Plaza Venezuela, nos estaban esperando  otros amigos en un vehículo, donde nos fuimos más cómodos. Esa noche nos bañamos, cenamos y dormimos en cama.


Domingo, “el día del encuentro”.

Al día siguiente en la mañana, luego de desayunar, nuestro anfitrión nos llevó al aeropuerto La Carlota para averiguar sobre nuestra gente. En la lista de damnificados, vimos los nombres de nuestro padre y de nuestro hermano menor, donde decía que habían ido a la Embajada de España.

Nos conseguimos a grupo de médicos que se iban para atender a la población de Higuerote y le pedimos la cola hasta la salida del aeropuerto. Nuestro plan  era ir al C.C.C.T. para llamar por teléfono y que nos ayudaran. Cuando estábamos por cruzar la calle al centro comercial, escuchamos que nos llaman por nuestros nombres, al voltear vimos que eran nuestro primos de Los Teques, que estaban desde temprano haciendo guardia por si aparecíamos, la alegría fue inmensa al verlos y más aún cuando nos dicen ¡Ustedes son los que faltan, todos están en el Colegio San Ignacio de Loyola esperándolos!

Llegamos al Colegio, nos identificamos como damnificados y nuestros primos nos condujeron a donde estaban los demás, en un salón de clases que habían habilitado para hospedar a la gente. Al entrar por la puerta todos corrimos a abrazarnos y besarnos, lloramos de alegría, lo importante era que todos estábamos vivos.

Dios existe, de eso no tengo dudas.
Siempre que recuerdo lo sucedido, concluyo que algo todopoderoso jugó las piezas correctamente. Si mi amiga no se hubiese antojado de pasear por el Sambil, hubiésemos llegado temprano y, además, pasar a Uria, pero quizás no hubiese habríamos sobrevivido. Y si hubiéramos decidido dormir en Los Corales, el cual quedó completamente devastado, lo más probable es que hubiésemos desaparecido bajo las corrientes del río San Julián.

Otro milagro es la manera que me conseguí con mi hermano, en el tiempo y el espacio exacto. Así como también, la manera que nuestros primos nos consiguieron saliendo del aeropuerto de La Carlota ¿Quién les dijo que pasaríamos por allí? Y el mayor los milagros, es habernos reunidos tan pronto y estar todos vivos.

FIN

sábado, 13 de diciembre de 2014

NACE OTRA ESPERANZA

Autor: Martín A. Fernández Ch.
08//12/2014

Era diciembre, un día 13 para ser exacto, en el mes cuando se siente cierta armonía y paz entre la gente, el ambiente se perfuma de buenos deseos, el amor predomina en esta tradición cuando se festeja la venida del niño Jesús, el hijo de Dios, y surgen las esperanzas por mejores aires que rejuvenezcan nuestras vidas. Ese día me encontraba con mi pequeña asistiendo a la fiesta de navidad de la guardería, sin poder sentarme tranquilamente a compartir con los demás asistentes, la inquieta de dos años no me lo permitía, además, no me dejaba solo, o era Yo quien no la dejaba. ¡Papi ven, allá! Me decía Victoria en su vocabulario y entonación, para que la llevara a donde se encontraba el arbolito de navidad.

El ambiente estaba extremadamente concurrido, lleno de alegría, se sentía la tradición en el fondo musical; sin embargo, mi angustia no me abandonaba, quería que el tiempo avanzara ligero para salir con apuro a un hermoso encuentro. Ya pasado el mediodía, de repente se siente en las maestras un nerviosismo extraño, organizando espacios, llamando a los niños para que bailen y entonen villancicos alrededor del arbolito, cuando de repente, llega San Nicolás, haciendo que los pequeños se alboroten y brinquen, buscando abrazar a ese hombre de rojo.

Ya finalizada la fiesta, con mi niña en mis brazos, salgo como alma que se lo lleva el viento, despidiéndome solo de algunos, de los más íntimos. Nos montamos en el carro, aseguré a Victoria en su asiento de atrás, y salimos a la clínica, aún estábamos a tiempo y conduje con calma. El viaje fue sin contratiempos, con un tráfico ligero, lo que me permitió llegar temprano, la mamá aún se encontraba en la habitación.

Solo esperamos un rato, para que el médico nos anunciara que ya era hora de entrar al quirófano. Yo lo abordé para recordarle que la quería acompañar, pues quería volver a experimentar esa hermosa experiencia, y así fue. Solo me dejaron estar en la puerta, pero era suficiente, por la ventanilla veía a los especialistas atendiendo el parto, cesárea, porque la primera tuvo que ser así. De repente, veo asomar su cabecita por el vientre de la madre, en ese momento volví a sentir esa emoción tan intensa que llega al alma para toda la vida, que es el nacimiento de un nuevo amor, un hijo varón, que a pesar de las dificultades propias y no propias de una gestación y el embarazo, ha salido airoso como un guerrero victorioso al  mismo mundo que pertenezco, a esta vida. Es mi hijo, de nombre Juan Andrés, que nació para traer júbilo, no solo a mi ser, ni al de su madre, ni al de su hermana, sino a cualquiera en este mundo que se atreva a amarlo, a tener su amistad y hermandad.

Hoy son hermosos 10 años de celebración de vida por ese momento, y agradezco a Dios por ello el poder disfrutar nuevamente de ese emocionante recuerdo, y sentir hasta hoy de sus abrazos y de sus besos. Mi amor por mi Juanchi es inmenso, indescriptible, como de la misma manera debe sentirlo cualquier padre que verdaderamente lo es. Un feliz día tengas mi niño y que la vida sea generosa contigo.  

viernes, 12 de diciembre de 2014


                                                                                   
                                                                                         Noviembre, 02 de 2014
                                                   
                                                    Haciendo escuchar mi voz

        Yo como hija menor de una familia pido se revise  la común idea de que todo niño o niña que ocupe el lugar del benjamín en su ámbito familiar, es un consentido.  No entiendo como la sociedad insiste en llamar y calificar a los niños menores de esa manera, si desde que nacemos tenemos  que defendernos de esos monstruosos hermanos quienes  envenenados por los celos, son forzados a tratarnos con suavidad y ternura. Esto es confuso, pues el maraco, es el juguete preferido de los hermanos mayores. Los papás al cerciorarse  de la inminente llegada de un nuevo bebé y deseosos de anunciarlo, dicen: ¿Adivinen qué? Tendrán un hermanito con quien jugar. Así es la manera como los padres lo venden para evitar que ese bebé por llegar, sea visto como un intruso en la familia. El daño está hecho y ese nuevo retoñito, por ser el último, será el "pushing ball" particular de cada hermano mayor. 
      Remontándome a años atrás, doy fe de estas palabras. Las personas se referían a mí como la  maraquita, por ser la más chiquita. Las maracas son sonoras y lucen frágiles; se rompen con facilidad. Tal vez eso tenga que ver con la súplica diaria de mis papás y abuela al decir: por favor, no me la toquen. Si alguien lo hacía, yo lloraba de terror o si no, era que me bucheaba porque me agitaban como licuadora justo recién tomado el tetero. 
     Personalmente, a los dos meses saboreé  por primera vez una pastilla de chicle Adams de canela, que afortunadamente ante el agudo chillido, fue retirado insofacto de mi boca. O ese mordisco en mi delicado piecito que osó salirse de los barrotes de la cuna. El dedito que quedó trabado en el coche al ser cerrado conmigo adentro. Ser alimentada con esa suculenta ensaladita preparada y que para la  muñeca, a base de sobras de cebolla, ajo, pimentón, celery; a Dios gracias fui rescatada de un inminente dolor de barriga, como siempre, después de un grito de auxilio. Esos cuartos oscuros donde se proyectaban extractos de películas de tarántulas gigantes, vampiros sanguinarios y del horrible Frankenstein,  que ofrecían una noche de pesadilla segura. El eterno caribeo: nunca ventana para mí por ser la última en montarse en el carro después de una reñida carrera, o para ti poquito porque eres chiquita.   
     Fui testigo de muchos experimentos mecánicos y físicos de los pichones de ingenieros, quienes crearon garruchas que necesitaron ser probadas  o contribuir, de manera forzada, con la bellísima y tan esperada casita de muñecas, para  la creación una casa de guarda bosque en el copo de una mata de mango, y luego verla destruida al caer tablita sobre tablita. 
     Heredera de chivas, más bien reliquias familiares y si me regalaban ropita nueva, el típico: préstamela hermanita  que tu no sales tanto! Mi hermana adolescente, con novio, y allí estaba yo, la inocente hermanita cuida gorro, quien cual chaperona, evitaba un pase de base, haciéndome la Shakira ciega, sorda y muda, recibiendo "sobornos" que mantenían la fiesta en paz.
       En el colegio el reto constante de responder al llamado de los profesores quiénes puntualmente confundían mi nombre con el de mi hermana; o el tener que demostrar lo contrario de la típica presunción, a ver si eres como tu hermana.
      Si te encuentras en la situación de hijo(a) menor y te sientes aludido(a) por lo aquí expresado, te invito a unirte a mi clamor de desmontar esa falsa idea. Reenvía tu sentir a este correo y únete a la reivindicación del niño más pequeño.
      Importante, si queremos terminar con ese falso mito, debemos unirnos para hacer público un manifiesto en pro de la causa.
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                                                                                                                 Irene Koeneke