Autor: Martín A. Fernández Ch.
08//12/2014
Era diciembre, un día 13 para ser
exacto, en el mes cuando se siente cierta armonía y paz entre la gente, el
ambiente se perfuma de buenos deseos, el amor predomina en esta tradición cuando
se festeja la venida del niño Jesús, el hijo de Dios, y surgen las esperanzas
por mejores aires que rejuvenezcan nuestras vidas. Ese día me encontraba con mi
pequeña asistiendo a la fiesta de navidad de la guardería, sin poder sentarme
tranquilamente a compartir con los demás asistentes, la inquieta de dos años no
me lo permitía, además, no me dejaba solo, o era Yo quien no la dejaba. ¡Papi
ven, allá! Me decía Victoria en su vocabulario y entonación, para que la
llevara a donde se encontraba el arbolito de navidad.
El ambiente estaba extremadamente
concurrido, lleno de alegría, se sentía la tradición en el fondo musical; sin
embargo, mi angustia no me abandonaba, quería que el tiempo avanzara ligero
para salir con apuro a un hermoso encuentro. Ya pasado el mediodía, de repente
se siente en las maestras un nerviosismo extraño, organizando espacios,
llamando a los niños para que bailen y entonen villancicos alrededor del
arbolito, cuando de repente, llega San Nicolás, haciendo que los pequeños se
alboroten y brinquen, buscando abrazar a ese hombre de rojo.
Ya finalizada la fiesta, con mi
niña en mis brazos, salgo como alma que se lo lleva el viento, despidiéndome solo
de algunos, de los más íntimos. Nos montamos en el carro, aseguré a Victoria en
su asiento de atrás, y salimos a la clínica, aún estábamos a tiempo y conduje
con calma. El viaje fue sin contratiempos, con un tráfico ligero, lo que me
permitió llegar temprano, la mamá aún se encontraba en la habitación.
Solo esperamos un rato, para que
el médico nos anunciara que ya era hora de entrar al quirófano. Yo lo abordé
para recordarle que la quería acompañar, pues quería volver a experimentar esa
hermosa experiencia, y así fue. Solo me dejaron estar en la puerta, pero era
suficiente, por la ventanilla veía a los especialistas atendiendo el parto,
cesárea, porque la primera tuvo que ser así. De repente, veo asomar su cabecita
por el vientre de la madre, en ese momento volví a sentir esa emoción tan
intensa que llega al alma para toda la vida, que es el nacimiento de un nuevo
amor, un hijo varón, que a pesar de las dificultades propias y no propias de
una gestación y el embarazo, ha salido airoso como un guerrero victorioso al mismo mundo que pertenezco, a esta vida. Es mi
hijo, de nombre Juan Andrés, que nació para traer júbilo, no solo a mi ser, ni
al de su madre, ni al de su hermana, sino a cualquiera en este mundo que se
atreva a amarlo, a tener su amistad y hermandad.
Hoy son hermosos 10 años de celebración de vida
por ese momento, y agradezco a Dios por ello el poder disfrutar nuevamente de
ese emocionante recuerdo, y sentir hasta hoy de sus abrazos y de sus besos. Mi
amor por mi Juanchi es inmenso, indescriptible, como de la misma manera debe
sentirlo cualquier padre que verdaderamente lo es. Un feliz día tengas mi niño
y que la vida sea generosa contigo.
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