miércoles, 13 de marzo de 2019

¡PARA CUIDARSE EMOCIONALMENTE!


Por: Martín A. Fernández Ch, Promotor del Bienestar (UNIMET)
13/03/2019

En estos momentos que vivimos, la angustia y el estrés están presentes de manera continua y en un grado alto de afectación. Esto se debe al caos existente y a la incertidumbre sobre el futuro, es decir, nos preguntamos cuándo saldremos de esta situación y de qué manera. Por todo esto, es importante que estemos enfocados en fortalecernos emocionalmente y, de esta manera, no claudicar o rendirnos por el cansancio psicológico producido, porque entonces entraríamos en situaciones graves de salud física (enfermedades) y mental (depresión).

Con el propósito de promover el bienestar de quienes estamos padeciendo esta situación, hago algunas recomendaciones que podrían ser de utilidad:
  1. Lo más importante que debemos proteger es a uno mismo, porque estando sanos es cuando podemos ayudar a los demás. Para ello, utilice todas las herramientas posibles que agreguen valor positivo a su vida: hacer ejercicio, meditar, leer recreativamente, atender su estado de salud, entre otras. Luego, hay que proteger nuestro entorno íntimo familiar (esposa o pareja, hijos y padres mayores), sobre todo a los más vulnerables.
  2. Reunirse en familia para conversar sobre lo que sienten y cuáles son sus miedos e incertidumbres. Es necesario desahogarse. Luego, diseñar estrategias emocionales para superar el desánimo y poder animarse. 
  3. No perder tiempo ni esfuerzo emocional en los asuntos que no podamos influir para lograr un cambio. Es normal sentir preocupación por dichos asuntos, pero no permitamos que nos angustien, porque nos dañan en lo emocional y en la salud.
  4. Reunirse con amigos positivos, que son aquellos que aportan optimismo, fe y esperanza. Son aquellos quienes, a pesar de reconocer la realidad del caos, no dejan de estar motivados y de motivar a los demás.
  5. Cuidarse de los mensajes y noticias provenientes de las redes sociales, más del 70% de ellas no son ciertas o son tendenciosas o tienen el propósito de confundir y crear más caos. Antes de reenviar un mensaje, piense en su veracidad (fuente confiable) y si realmente es importante para el receptor. Evitemos salpicar nuestro vómito de rabia, porque eso perjudica en lo emocional al receptor, en vez de beneficiarlo con la noticia.
  6. Evita los pensamientos, mensajes y conversaciones de tipo fatalistas, así como también aquellos provenientes de los profetas del desastre. No se quiere decir que se oculte la realidad de la situación (todos necesitamos conocerla), lo que perjudica es el lenguaje y el diseño del mensaje.
  7. Ante circunstancias caóticas, el ser humano tiene capacidad para ser resiliente, aprender de ellas y superarse. Así que, confíe en sus fortalezas para sobrellevar esta situación.
  8. Conéctese espíritualmente con Dios, cualquiera que sea la religión que practica. El contacto con el todopoderoso a través de una oración o ida a la iglesia, permite cargar las baterías de la fe y el optimismo. Esto también se logra siendo solidario y ayudando al prójimo.  


FIN

#bienestar #resiliencia #psicologiapositiva #amor #Dios #salud #fe #optimismo

domingo, 23 de diciembre de 2018

¡Qué esta navidad sea de alegría!


Por: Martín A. Fernández Ch. 23/12/2018

Escrito dedicado a los que se fueron (los exiliados) y a los que se quedaron (los insiliados).

En base a mi experiencia de vida como hijo de emigrante y de mi ímpetu actual de promover el bienestar, comparto con ustedes lo siguiente:

  1. Hagan que esta navidad sea alegre y no permitan que la tristeza se convierta en la emoción predominante. Es cierto que estamos viviendo un duelo migratorio, momentos en que las familias se encuentran muy disminuidas y ese vacío produce un estado de desgane, sobre todo a nosotros los venezolanos que estamos acostumbrados a reunirnos en estos días en familia extendida (núcleo familiar, más integrantes extras que son o no familia), pero no necesariamente tenemos que pasar estos días en la oscuridad del dolor. Ahora es el momento de fortalecer los lazos con los miembros que quedan y tender puentes con familias y amigos que  están pasando por lo mismo. Los venezolanos somos especiales, nos gusta compartir y celebrar en comunidad, entonces aprovechemos esa actitud para unirnos en una sola fiesta. Recuerden que la Navidad es un encuentro importante por el cumpleaños de nuestro amado Jesús, hijo de nuestro padre Dios.
  2. Los exiliados deben unirse en comunidades para celebrar juntos estas navidades. Eso es lo que hacíamos y seguimos haciendo aquí los emigrantes, que luego derivó en la formación de clubes para que las futuras generaciones crecieran en un ambiente familiar, aprendiendo las costumbres y el folklore de su país y del país que le dio cobijo.
  3. Cuando somos exiliados o insiliados, nos damos cuenta que lo más importante es la familia y la ausencia nos duele. Eso es parte del duelo que estamos viviendo, por eso es que con cada encuentro y despedida (bien sea un viaje de visita o una llamada telefónica) lloramos. Eso es natural. Como también es natural extrañar, añorar, soñar y desear volver a la patria, hasta desvariamos en regresar en el tiempo. Pero lo mejor es avanzar, porque no es posible vivir en dos lugares al mismo tiempo y menos en dos momentos a la vez (pasado y presente). Así que deben concentrarse en el lugar donde están y en el ahora. Nosotros los insiliados entendemos las circunstancias que los obligaron a emigrar y deseamos que regresen cuando nuestro país esté en proceso de reconstrucción (los esperaremos con los brazos abiertos); pero, por ahora, ustedes hacen más por nosotros donde están. Y si hacen raíces, también lo entenderemos, mientras sean felices.
  4. Monten el arbolito y hagan el nacimiento, reúnanse a hacer la cena (hallacas, pernil, pan de jamón, ensalada o cualquier comida que puedan). Estas son costumbres generacionales que deben conservarse, donde lo más importante es el encuentro y vivir la experiencia de compartir momentos de amor filial y de amigos. No es relevante si el arbolito es de pino o una rama seca, sino el cómo se hace: en familia. Adicionalmente, incorporen algo de las costumbres del país que cobijó al exiliado, es una manera de agradecer la oportunidad que nos han dado. Nosotros los emigrantes, incorporamos costumbres (comidas y canciones) venezolanas a la celebración de navidad.
  5. Que la música suene y duro. Las gaitas nos pertenecen, así como aquellas canciones navideñas que se volvieron iconos para estos momentos. Esta música nos pertenece, son parte de la venezolanidad. Por eso, no hay que dejar que las circunstancias impidan que las disfrutemos. También bailemos, porque esta música es parte de nuestro espíritu alegre navideño; además, tienen ritmo propio y es nuestro.
  6. La tecnología es una herramienta a nuestro favor, entonces aprovechemos esta facilidad para hacer un acompañamiento que nos acerque, aunque sea de manera virtual, con nuestros seres queridos en esta celebración. Y sería muy emocionante si en la cena, antes de comer, hagan una oración de agradecimiento a Dios y le pidan por la salud y el bienestar de los ausentes. Así como también, pueden recordar anécdotas jocosas de la familia. Es decir, buscar la manera de disfrutar el momento.
  7. Es cierto que estamos viviendo un luto migratorio, pero esto no significa que debemos hundirnos en el fango de la depresión y la tristeza. Tenemos que tener siempre presente que el exiliado emigró para buscar mejoras, que su país no le estaba proporcionando, y hay que estar alegres por esa emprendimiento valiente.


Así que, has que esta navidad sea de alegría.    

FIN

jueves, 23 de agosto de 2018

El cuento de nunca acabarse.


Martín Fernández
23/08/2018

Ya de noche, antes de irme a la cama, como de costumbre me dispuse a leer el libro de turno, con la intención de terminarlo, ya que solo me faltaba las últimas cinco páginas del último cuento, lo cual no había podido hacerlo debido a interrupciones repentinas y casuales que me hacían perder tiempo.

No soy un devorador de textos, más bien soy lento en eso. Cada oración me provoca navegar en el pensamiento mágico de la creación de situaciones ficticias, a veces relacionadas con la lectura, pero muchas no tienen nada que ver. Por eso, siempre seré lento, por distraído. Solo logro leer un máximo de cuatro páginas, para ser sincero, más bien leo solo dos. Pero esa noche, tenía la voluntad de terminar el libro, uno de cuentos venezolanos, solo me faltaba esas últimas páginas.

Había leído la primera página sentado cómodamente en mi silla para leer, una de estilo clásico, que había heredado de una amiga, cuando suena el teléfono, con su sonido normal de siempre pero que irrumpía de manera impertinente la armonía del silencio que me acompañaba en el momento. Pensé en no contestar, pero la incertidumbre de si se trataba de algo importante hizo levantarme a contestar.

- Aló ¿Quién es? –hablé de manera desinteresada y con voz neutra, tratando de terminar la conversación sin haber empezado.
- Buenas noches –. Escuché una voz que evidenciaba ser de una mujer mayor, muy mayor, lo que me hizo pensar que debía sentarme y procurar paciencia, porque seguro era para rato la charla.
- Buenas noches, ¿Con quién tengo el gusto?
- Soy Milagros de nuevo ¿Está el señor Antonio?
- No, aún está de viaje.
- ¿Y cuando regresa?
- A finales de mes, como le había dicho la última vez que llamó.
- Hay mijo, es que estoy pendiente de las medicinas que me va a traer ¡Tú sabes! Esas medicinas son para los dolores y aquí no se consiguen.
- Sí, lo sé –le respondo tratando de ser amable.
- ¿Y no has hablado con él? Es que quiero saber si ya tiene las medicinas.
- Si he hablado con él. La próxima vez le pregunto si ya las tiene. Pero, ¿ya su cuñada se comunicó con él?
- Creo que sí, la voy a llamar otra vez para ver qué me dice.
No lo deje para última hora, mire que mi Papá no va a esperar por ella para venirse. Además, puede que se venga pronto porque ya está aburrido de esos lares.
- Ah no, mañana mismo llamo a mi cuñada.
- Bueno.
- Gracias mijo y disculpe que lo llame a esta hora, pero fue cuando conseguí el número de teléfono –escuché su risa –usted sabe, con esta edad se nos pierde todo, hasta luego.
- No se preocupe, que tenga buenas noches.
- Chao.
- Chao.

Al trancar el teléfono, pensé en que esas medicinas deben ser bien buenas o que así serán los dolores de la vejez que producen tanta ansiedad.

Me devolví a la silla para continuar con la lectura, pero ya mis ojos se cerraban solos. El cansancio de la fuerte jornada del día estaba haciendo mella en las ganas de terminar el cuento, pues nada, será mañana que lo termine, si este libro se deja leer.

FIN



martes, 5 de junio de 2018

¿Por qué soy optimista?

Autor: Martín A. Fernández Ch.
Originalmente escrito en Agosto 2014 y modificado en Junio 2018.

Entiendo que a muchas personas les sea difícil ser optimista en estos tiempos, cuando tenemos una sociedad muy compleja y que nos exige cada vez más, la cual nos lleva a tener mucha incertidumbre sobre el futuro. Y que nos aflige aún más cuando vemos que a escala mundial existe una profunda crisis social y económica.

Es nuestras mentes, experimentamos luchas de pensamientos negativos y positivos. Los primeros, parecieran ser los más fuertes, porque crean desesperanza y desaniman el espíritu luchador. Sin embargo, al ponerlos bajo la óptica que simplemente son cuestionamientos de nuestro ser para con la vida, con la sola intención de que hagamos conciencia de nuestra existencia, nos damos cuenta de la necesidad para emplear nuestras capacidades para accionarnos de manera positiva.

Cuando recuerdo el hecho de que mi padre llegó a Venezuela solo y a muy corta edad (15 años), pienso que lo hizo pensando con el optimismo de lograr prosperidad para su bienestar y el de su familia, y así convertirse en “hombre” en una tierra extraña, y no pensó que dejaba a sus padres, hermanos, a su pueblo natal, ni a su nación. Para mí, esto representa un ejemplo de fe y esperanza en la vida, y su legado es que el trabajo continuo, la unión y el amor de la familia, así como, el humor, las alegrías, la honestidad, la generosidad, la amistad y la responsabilidad, entre otros valores, es lo que nos hace una mejor persona.

El pasado es mi fuente de energía, porque solo veo buenos recuerdos (me enfoco solo en ellos). Los juegos y peleas de niñez con mis hermanos y amigos, las alegrías, los paseos familiares, las dificultades, los regaños de mis padres, fueron aspectos que consolidaron mis bases de lo que soy ahora. Cuando vivo el presente, también me traslado a mi pasado, porque las alegrías con mis hijos me recuerdan las alegrías con mis padres. Aprendí a no lamentarme de lo que me falta y valorar lo que tengo. Así como también aprendí a tener esperanza y fe en Dios (que es vida), porque él es justo y me provee de un buen futuro, puesto que en el presente hago mi mejor esfuerzo para hacer bien las cosas. No juzgo lo que me pasa y siempre agradezco lo que me llega, sin valorar si es mucho o poco.

La confianza en mí mismo, la confianza en la vida, el entusiasmo y la perseverancia, son las actitudes que me permiten ver las dificultades como retos. En Diciembre de 1999, ocurrió en el Litoral Central un fenómeno natural que devastó muchos lugares, incluyendo donde vivía. A pesar de ello, agradecí a Dios que todos pudimos sobrevivir a tan aterrador evento y que logramos reunirnos con prontitud. No lamentamos haber perdido la casa, los enseres, la ropa y el trabajo de algunos de nosotros. Estos problemas los sobrellevamos, gracias a nuestra voluntad y esfuerzo, no nos sentamos a llorar porque ya habíamos ganado mucho: “todos estábamos vivos”. Si en la vida cultivamos las relaciones de amistad y de familias, en momentos de  crisis, como nos ocurrió, recibes la ayuda necesaria para seguir adelante. Por esto, estoy siempre agradecido con mis amigos y familiares, así como también de desconocidos, que nos ayudaron desinteresadamente con atenciones, palabras de aliento y donaciones.

En momento de severas crisis personal, cuando sentía que mi mundo se derrumbaría, que mi futuro era lúgubre, de repente vino a mi mente la pregunta “¿Quién soy?” y me dije: “soy Martín Fernández, una buena persona, trabajadora, optimista, alegre y entusiasta con la vida, entonces, no me puede ir mal”. Desde ese momento, reflexionando de esa manera, las penumbras se fueron disipando. Y no permití que las circunstancias cambiaran mi forma de ser ante los nuevos retos de la vida. Entendí que tendría otra dinámica, una manera distinta de vivir, pero no necesariamente debería ser negativa para mí y me apoderé de esta nueva fiesta.

Asemejo la vida con mi práctica deportiva (la natación). Cuando me inicié en esto, solo podía nadar 600 metros y dos veces a la semana, el cansancio era excesivo, tenía muy baja condición física. Ahora, mis sesiones llegan hasta 2.500 metros y tres o cuatro veces a la semana y con una satisfacción profunda. Esta mejoría en la distancia lo logré en dos años, con perseverancia y mucha paciencia. Aprendí que las grandes metas se obtienen pensando en pequeños logros, que con trabajo y confianza se puede mejorar poco a poco para cumplir nuestros objetivos; primero, los más sencillos y que están al alcance inmediato, para luego establecer nuevos retos (algunos de mayor complejidad y que requieren mayor esfuerzo). También entendí que es importante escuchar a nuestro cuerpo, quien es el medidor de nuestras capacidades, y que la atención debe enfocarse hacia el lado positivo de nuestra mente, que es la que  nos anima a avanzar. De igual manera comprendí que éste es un esfuerzo individual, es decir, depende de ti cumplir con tus expectativas y que los compañeros, son solo eso, compañeros, quienes te animan, pero tú eres el que vive.

En síntesis, pienso que para ser optimista tenemos que:
  • No juzgar las circunstancias, y menos tomarlo de manera personal. Lo que nos pasa, tiene una razón de ser.
  • Las adversidades son retos. Y si tenemos confianza en nosotros mismos, paciencia y perseverancia, se logra avanzar. Una vez, un buen amigo me dijo “Dios no nos pone dificultades que no podamos soportar, tú eres un buen hombre y Él lo sabe”, estaré siempre agradecido por esas palabras de aliento.
  • Hay que conservar la alegría y el humor, esto nos llena de energía y vitalidad.
  • Es importante cuidar la salud, porque nuestro cuerpo necesita cariño, quien te recompensará en mente y espíritu.
  • Ser consciente de lo que somos y de nuestras capacidades, pero también, a donde podemos llegar.
  • Cultivar la buena amistad, la desinteresada y de apego seguro. Esto permite nutrirnos emocionalmente.
  •  Vivir el presente. Ver el pasado como un aprendizaje, que nos permite evaluar cuanto hemos crecido como persona. Y el futuro hay que verlo como nuevas aventuras que nos vienen.
  • Distinguir entre los problemas que podemos resolver y cuales no están a nuestro alcance. Entonces, no quejarnos sino accionarnos sobre los primeros, los otros, lo dejamos en manos de la vida, ella con su sabiduría los resuelve.
  • Amar lo que hacemos, lo que tenemos y a las personas que son protagonistas en cada etapa de nuestras vidas. Y a los desconocidos verlos como potenciales amigos, porque no se sabe si formarán parte de un futuro próximo. 
Con todo esto no quiero decir que soy invulnerable. Al igual que muchos, también me deprimo, tengo tristezas, me canso y, a veces, hasta me dan ganas de llorar; pero hay que levantarse y seguir, no podemos estancarnos y rumiar en nuestras supuestas desgracias.

Espero tener la sabiduría para transmitir a mis hijos esta óptica de ser en la vida, sería el más valioso legado de aprendizaje que les puedo dar, lo que me haría feliz y satisfacción como padre. También quisiera que este mensaje pudiera sembrar en mis amigos y a cualquiera que tenga oportunidad de leerlo esa actitud optimista hacia la vida, la cual es hermosa, solo que necesitamos ponernos el lente correcto para apreciarla.

FIN

miércoles, 4 de mayo de 2016

LA CHICA SOBRE LA CALZADA

Autor: Martín A. Fernández Ch.
Fecha: 06/06/2016

Un domingo en la mañana, algo más de las siete, Juan invitó a sus hijos a que lo acompañaran a caminar al Parque del Este:

    ¡Vamos a caminar al parque!
  No papá, tú tardas mucho –dijo Toñito mientras jugaba en su celular y veía televisión al mismo tiempo, sentado en el piso, descalzo, y aún en pijama aunque se había levantado hace una hora.
  Papá, caminar es una ladilla –resaltó Vicky quien se acababa de levantar y estaba preparando su desayuno: cereal con leche.
    ¿Quieres decir que tu papá es una ladilla? ¡Sabes que me molesta esa palabra! –dijo Juan mirando a su hija directamente a sus ojos, arrugando su frente y alzando el tono de su voz.
     No te quise ofender papá, es que me da mucho fastidio salir, además aún estoy dormida.
–  ¡Vamos!, es solo un rato, en una hora estamos de vuelta. Así compartimos y conversamos.
  ¡Si un rato! Jaja, siempre dices lo mismo papá –señala Toñito en tono de reproche y torciendo la mirada hacia arriba.     ¡Con una condición! ¡Si me compras un refresco de colita! –dice emocionado levantando la mano con su dedo índice señalando al techo, como señal de su ocurrencia.
  Y yo quiero una cotufa – secunda rápidamente Vicky, alegrando su semblante con una sonrisa cómplice y mirando a su padre.
     La idea es hacer algo de ejercicio y ustedes… ¡está bien!, vístanse rápido.

Juan tenía la rutina de salir casi todas las mañanas a caminar al parque, vivía a cinco cuadras. Salía de su apartamento, le daba una vuelta y regresaba, esta ruta normalmente lo hacía en una hora. A veces, se conseguía con un amigo en el camino y, cuando la conversación era amena, acompañado le daba una vuelta adicional. El médico le había recomendado ejercitarse todos los días para mejorar su nivel de colesterol “bueno”, un problema que lo tenía preocupado. La intención de salir con sus hijos era ir creando en ellos el hábito de cuidarse físicamente y, además, ponerse al día sobre sus vidas, ya que estaban pasando unas vacaciones juntos, puesto que los niños viven con su madre en otra ciudad.

En ese trayecto de costumbre, justamente al pasar por el frente del Centro Comercial Plaza, Juan y sus hijos vieron a una mujer tirada en el medio de la calle, boca abajo, de unos treinta años, su cabello era negro y su piel morena, vestía con camisa y pantalón, tenía puesto zapatos de tacón alto. Había dos policías cuidándola, uno desviaba el  tránsito para que no la pisaran, y el otro, parado a su lado, la miraba mientras hablaba por su celular.

     ¿Qué le pasó a esa mujer? –preguntó Vicky con cierto susto en su voz.
     ¿Qué le pasó? –dijo enseguida Toñito aterrado y agarrando con cierta fuerza la mano de su padre.
    ¡No sé!,  habría que preguntar –. Conociendo el lugar y lo temprano del día, Juan se imaginó lo que probablemente le había pasado a la mujer, pero no se atrevía a hacer ese tipo de conjeturas a los niños.
     ¿Estará muerta? –se aventuró a decir Toñito, quien seguía aferrado a la mano.
    ¡No está muerta! –le respondió Vicky pero mostrando inseguridad. Se tomó una pausa para pensar y se le ocurrió una razón válida para ella: – ¡No ves que no hay sangre en el piso!, Yo creo que se desmayó.
    Tú piensa lo que quieras, a mí me parece que está muerta –insistió Toñito, haciéndole una seña a su hermana, como haciendo entender que es una locura su idea.
      Papi, ¿Los policías por qué no la ayudan? –preguntó Vicky.
  Por lo mismo que discuten ustedes. Ellos no saben lo que tiene la chica. Seguro llamaron a los paramédicos para que vengan a verla. Me parece que no está muerta, si no tendría la cabeza cubierta con un paño, esa es la costumbre –les respondió Juan con mucha cautela en sus palabras.
     ¿Vamos a preguntarle a los policías? –propone Vicky.
     Pregunta tú, a mí me da pena –respondió Toñito mirando directo al rostro de su hermana.
    Hagamos algo, vamos a seguir caminando, y al regreso les preguntamos –dijo Juan con el propósito de huir de una posible respuesta que coincidiera con su sospecha, y que luego tendría que dar explicaciones de adulto a sus hijos.

FIN

LOS NAUFRAGOS

Autor: Martín A. Fernández C.
Fecha: 04/05/2016

En algún momento de nuestras vidas hemos retado a la naturaleza, por gallardía, por estupidez o por simple capricho sólo para contradecirla y mostrarnos superiores. Pero no nos damos cuenta, que esa falta de respeto es un alto riesgo y que en ocasiones podemos acercarnos o encontrarnos con la muerte. Un elemento de la naturaleza que merece inmenso respeto es el mar, donde se esconden infinitos misterios como son las corrientes marinas y la influencia de los vientos, fenómenos invisibles que actúan discretamente para darle vida y hacer sentir que es un ser pensante.

En una ocasión, hace más de 29 años, cuando el merengue y la música disco estaban de moda,  casualmente un 28 de diciembre, Carlos se divertía con un grupo de amigos de infancia en una playa llamada La Punta, que se ubica en la entrada del pueblo Los Caracas, en el Litoral Central. El día era de sol picante, de ese que muchos aprovechan para oscurecer su piel, sin importarles pertenecer en un futuro al grupo mundial de los 3 millones de casos anuales de cáncer de piel.

Durante la mañana, Carlos y dos de sus amigos: Juan y Alejandro, por casi una hora, se ejercitaron practicando Lucha Canaria, un tipo de deporte antiguo nativo de las Islas Canarias, sobre el cual se dice que en 1527 se realizó una luchada para celebrar el nacimiento de Felipe II.  Este buen entrenamiento produjo mella en sus condiciones físicas, pero la juventud siempre reserva fuerzas insospechadas para seguir una juerga playera.

Alejandro también practicaba windsurf, un deporte que empezaba a tener auge en Venezuela, lo cual hacía los fines de semana y en vacaciones de verano, llevando el equipo sobre el techo de su Malibú Classic Chevrolet del año 76, color azul, desteñido por el tiempo. En esa época  la tabla era de 3,20 metros de eslora, pesaba más de 20 Kg y estaba construida con fibra de vidrio. Su tecnología era incipiente si se compara con los equipos modernos: eslora hasta 2 metros, peso menor a 7 Kg y hecha con fibra de carbono, kevlar, cerámica, madera y espuma de poliestireno. Aunque la velocidad que desarrollaba no era sorprendente, en comparación con los 90 Km/h que pueden desarrollar los nuevos equipos, el gusto y furor por este deporte tiene que ver con la lucha en solitario contra la naturaleza, la sensación de libertad y la conexión estrecha y directa entre la mente, cuerpo y naturaleza (el viento y las corrientes marinas), a través del equipo de windsurf como mediador.

Para el momento en que el Sol quemaba desde el cenit, Alejandro quiso navegar en su windsurf y pidió ayuda a los amigos para armarlo mar adentro, debido a que el intenso oleaje impedía hacerlo en la misma orilla. La playa donde estaban, no tenía las mejores condiciones para este tipo de deporte, en contraste con el surf para lo cual era perfecta, así que se distribuyeron las partes del equipo: Alejandro se acostó sobre la tabla y remó con los brazos hasta mar adentro, luego del nacimiento de las olas; Carlos nadó cargando con el “pié de mástil” y “la Orza” (pieza que permite direccionar la navegación, va colocada por debajo de la tabla haciendo contacto con el agua y conectada al mástil) y Juan llevó el mástil, la vela y la botavara (vara amarrada a la vela donde el piloto se agarra para contener el viento y lograr el impulso para navegar).

Los tres se reunieron en lo hondo, en esa zona donde inicia el mar adentro. Luego de armar el rompecabezas de la nave, Juan quiso subir de polizón, acostándose sobre la popa de la tabla. Alejandro, luego de varios intentos, elevó el mástil halando de la driza (soga), tomó la botavara y orientó la vela para deslizarse rumbo al Noreste, colocándose con espalda a barlovento y así convertir, a través de la tensión de sus brazos, la fuerza del viento en impulso de navegación.

En ese mismo momento, Carlos estaba nadando para regresar a la playa, pero a pesar del esfuerzo no lograba avanzar. Él se encontraba en ese nivel donde nacen las olas, pero le era imposible montarse en la cresta de una de ellas para impulsarse a la orilla. Descansó un momento y luego volvió a intentarlo con más fuerza, pero había una corriente de resaca que lo abrazaba para regresarlo mar adentro. A pesar de sus destrezas como nadador y sus buenas condiciones físicas, le dolían los hombros de tantas brazadas que hizo, sintió que se le desprendían los brazos del torso. El agotamiento se apoderó de la voluntad de Carlos (es posible que el entrenamiento de la mañana le estuviese cobrando factura), el miedo y la desesperación se hicieron presentes, y hasta llegó a pensar que era su fin. Sus pensamientos eran incoherentes, se decía a sí mismo que estaba perdido y que era mejor dejarse hundir de una vez, en vez de sufrir la agobiante espera de la muerte. Esa masa de agua superficial aparentemente tranquila lo envolvía y lo paseaba a su capricho, se había enamorado de él y lo deseaba tener para siempre sin su consentimiento.

De pronto Carlos tuvo un destello divino en su pensamiento para sobrevivir: recordó que sus amigos se encontraban navegando y volteó a buscarlos. Vio que se encontraban cerca, como a unos 25 metros,  y les gritó para que lo auxiliaran. Al principio no lo veían, pero como pudo alzó un brazo para hacerles señas. Al encontrase con Alejandro y Juan, les contó que la corriente era muy fuerte y que no podía llegar a la playa. Juan pensó en nadar a la orilla, pero Carlos le hizo entender que era muy riesgoso.

Alejandro trató de navegar con Juan y Carlos recostados sobre la tabla, se colocó a babor procurando ceñir contra el viento en dirección Noreste, buscando el rumbo para salir por la playa vecina, pero las condiciones no los favorecían: escaso viento, el exceso de peso que provocaba el hundimiento de la proa y la fuerte corriente. El capitán siguió perseverando aplicando todas las maniobras posibles para avanzar, pero sus intentos fueron estériles,  así que decidió desmontar la vela y que los tres remaran con los brazos, pero nada se logró. Los tres amigos se sentaron con la tabla entre sus piernas, para esperar que la corriente marina los paseara en paralelo a la costa, hacia el Oeste, y así poder salir por alguna otra playa con mejor condición.

Allí estaban los náufragos a la deriva, no les quedaba otra que estar calmados y pacientes, sobre todo Carlos, quien sobrevivió a su agonía. Pasó un buen tiempo, las conversaciones entre Alejandro y Juan eran sobre cómo salir del agua. Carlos, por su parte, solo pensaba que estaba vivo y que ya no sería parte de las estadísticas de muertos por inmersión (causa poco relevante que no alcanza el 3% del total de defunciones), él prefería una muerte más típica.

Como a la media hora de estar tomando sol, un helicóptero sobrevoló a los náufragos, pero no se distinguía si era de rescate o de algún medio de comunicación, al final poco importaba tal distinción, “seguramente nos vieron” pensaron ellos; sin embargo, no se atrevieron a hacer señas de auxilio, prefirieron seguir a la deriva que hacer el ridículo. Pero gracias a los amigos que estaban en tierra, la Guardia Nacional se enteró de la emergencia.

Pasó otro buen rato y llegó un pequeño peñero a rescatarlos, tenía un motor fuera de borda y llevaba tres tripulantes. A los rescatistas se les ocurrió la idea de remolcar a los náufragos atando el windsurf con un mecate a la proa, puesto que en el bote no cabían todos. Carlos estaba acostado sobre la popa de la tabla con medio cuerpo en el agua, pero a medio camino del arrastre no aguantó el esfuerzo del agarre y se soltó, los hombros aún le seguían doliendo. Se volvió a montar y esta vez sí pudo resistir hasta llegar a la playa El Pescado, conocida en Los Caracas por tener una escultura de gran tamaño de una especie marina, parado en un pedestal sobre la arena. Allí los recibió un par de guardias nacionales y los montaron en un Jeep militar, de color verde aceituna y con techo de lona, para llevarlos al comando que se ubicaba en la entrada del pueblo, cerca de la alcabala. El guardia de mayor rango se dirigió a ellos y les dijo “ustedes son jóvenes y tienen mucho que dar a la patria, deben de cuidarse”, consejo que Carlos conservó para siempre.

En el comando, el guardia nacional a cargo anotó sus datos, los colocó en el patio a cielo abierto, uno al lado del otro como si fueran soldados, en posición erguida, con las manos atrás, y les dio un largo discurso, tanto o más tiempo del que estuvieron en el agua. El hombre era más bajo que los muchachos, pero fornido y mal encarado. Les habló de lo irresponsables que fueron, sobre el riesgo que tomaron, del peligro de la playa, de las historias de bañistas y surfistas ahogados, y otras situaciones más, que hacían preguntarse: “Entonces, ¿por qué dejan que se bañen en esa playa?” Los náufragos, descalzos y sin camisas, se cansaron de estar parados, pero no se atrevían a quejarse con el guardia por temor a un castigo mayor, quizás temieron un encierro en el calabozo por horas o, quien sabe, hasta el día siguiente. De la charla tan repetitiva e incoherente, los compadres de aventura llegaron a extrañar aquellos momentos en que se encontraban a la deriva, en calma, sólo esperando pacientemente que el manto de la corriente les permitiera salir más adelante en otra playa más dócil.


FIN

SABOR A CHOCOLATE

Autor: Martín A. Fernández Ch.
Fecha: 06/06/2016
Esa tarde, Fernando y su pequeño hijo salieron del colegio luego del desfile deportivo anual, que había durado toda la mañana. El calor era verdaderamente infernal y prefirieron pasar primero por una heladería para refrescarse, antes de llegar a la casa.
Al entrar al local sintieron un gran alivio por la frescura que había en su interior. El niño se le soltó de la mano y fue directo al mostrador para degustar los distintos sabores que ofrecían. Fernando lo siguió con la vista y pensó “Para nada, siempre termina escogiendo el sabor a chocolate”. Por curiosidad dio una mirada panorámica al área de las mesas y observó en el fondo a una persona que le estaba haciendo señas. Se sintió extrañado, dudaba que fuera con él y miró hacia atrás para chequear si era con otro, cuando le escuchó decir:
—¡Gaspar! —le llamó fuertemente la persona, que se encontraba sentado en la mesa en compañía de dos hermosas mujeres, algo más jóvenes que él.
Fernando lo volvió a mirar agudizando la vista para tratar de reconocerlo, pero sin éxito; aunque, el hecho de haberlo llamado por su segundo apellido le había dado una pista para ubicarlo en el tiempo y pensó: “Debe ser alguien del colegio”, ya que esa era una costumbre para identificarse en aquella época. La persona se levantó y alzó los brazos y fue cuando Fernando logró distinguirlo.
—¡Méndez, rata pelúa!, ¿qué es de tu vida chamo? —respondió Fernando gritando desde la distancia, despreocupado por si estaba alterando el orden o incomodando a alguien. Y se acercó a saludarlo con la camaradería de siempre.
Se trataba de un amigo de la infancia, que había estudiado con su hermano menor, pero que igual se la pasaban juntos la mayoría de las tardes, luego de las clases. Más recientemente habían coincidido en un postgrado. A pesar de la buena amistad, no se habían visto desde hace quince años.
—Méndez pana, dime una vaina, ¿Qué te hiciste? —dijo Fernando, que no salía del asombro con el aspecto actual de su amigo, quien estaba obeso y muy canoso para la edad que tenía.
—Me he descuidado un poco —le respondió seguido de una risa sarcástica y, acercándose disimuladamente, le susurró: —la buena vida  —lo que provocó una sonrisa cómplice en Fernando.
—Siempre el mismo, no cambias, gozando de lo lindo—comentó Fernando con voz galante y mirando con atrevimiento a una de las compañeras de Méndez, la de piel canela, fijándose en sus ojos verdes, quien se le reveló con una pícara sonrisa.  
La conversación de hermandad distrajo a Fernando de la razón por la cual estaba en la heladería, hasta olvidó a su hijo; seguía parado frente a su amigo en el medio de las mesas, sin importar lo que pasaba alrededor, poniéndose al día sobre las familias, donde vivían, el trabajo y recordando los compañeros de pandilla por sus apodos: Chapotín, Flash, Pichón de Poste y Cuartico e’ Leche.  Mientras lo escuchaba, recordaba con nostalgia los momentos que convivieron, aquellas aventuras de muchacho en el colegio, en el club, las playas, las veces que se fueron sin pagar las cervezas donde los chinos y otras maldades de adolescente.
—Dime una vaina marico, ¿te casaste? ¿Tienes hijos?  —le preguntó el amigo.
—Sí pana, tengo dos chamos, niño y niña, pero estoy divorciado. Por cierto, el carajito mío está por allí revisando los helados  —respondió Fernando, mientras se volteaba hacia el mostrador  señalándolo con la mano. En eso vio a su hijo que lo estaba llamando a gritos y haciéndole señas con los brazos.
—¡Verga, es una fotocopia tuya, chamo!  —le dijo el amigo riéndose a carcajadas —. Anda, atiéndelo antes de que se arreche, mira que estos niños de ahora son altaneros.
—Algunas veces me sacan la piedra y se me suelta la mano  —afirmó Fernando cambiando el semblante de su cara para darle seriedad a sus palabras.
Fernando se despidió de su amigo con un apretón de manos y con un intercambio de palmadas en los hombros, mirando a su hijo para mostrarle que ya iba por los helados. Luego, le dio una mirada nuevamente a la chica que le había impresionado, pero esta vez con mayor contemplación y sin importar que estuviese acompañada.
Cuando llegó al mostrador, acariciando la espalda de su niño, le preguntó:
—¿Qué sabor vas a querer?
—Adivina papi: ¡De chocolate!     

FIN