jueves, 23 de agosto de 2018

El cuento de nunca acabarse.


Martín Fernández
23/08/2018

Ya de noche, antes de irme a la cama, como de costumbre me dispuse a leer el libro de turno, con la intención de terminarlo, ya que solo me faltaba las últimas cinco páginas del último cuento, lo cual no había podido hacerlo debido a interrupciones repentinas y casuales que me hacían perder tiempo.

No soy un devorador de textos, más bien soy lento en eso. Cada oración me provoca navegar en el pensamiento mágico de la creación de situaciones ficticias, a veces relacionadas con la lectura, pero muchas no tienen nada que ver. Por eso, siempre seré lento, por distraído. Solo logro leer un máximo de cuatro páginas, para ser sincero, más bien leo solo dos. Pero esa noche, tenía la voluntad de terminar el libro, uno de cuentos venezolanos, solo me faltaba esas últimas páginas.

Había leído la primera página sentado cómodamente en mi silla para leer, una de estilo clásico, que había heredado de una amiga, cuando suena el teléfono, con su sonido normal de siempre pero que irrumpía de manera impertinente la armonía del silencio que me acompañaba en el momento. Pensé en no contestar, pero la incertidumbre de si se trataba de algo importante hizo levantarme a contestar.

- Aló ¿Quién es? –hablé de manera desinteresada y con voz neutra, tratando de terminar la conversación sin haber empezado.
- Buenas noches –. Escuché una voz que evidenciaba ser de una mujer mayor, muy mayor, lo que me hizo pensar que debía sentarme y procurar paciencia, porque seguro era para rato la charla.
- Buenas noches, ¿Con quién tengo el gusto?
- Soy Milagros de nuevo ¿Está el señor Antonio?
- No, aún está de viaje.
- ¿Y cuando regresa?
- A finales de mes, como le había dicho la última vez que llamó.
- Hay mijo, es que estoy pendiente de las medicinas que me va a traer ¡Tú sabes! Esas medicinas son para los dolores y aquí no se consiguen.
- Sí, lo sé –le respondo tratando de ser amable.
- ¿Y no has hablado con él? Es que quiero saber si ya tiene las medicinas.
- Si he hablado con él. La próxima vez le pregunto si ya las tiene. Pero, ¿ya su cuñada se comunicó con él?
- Creo que sí, la voy a llamar otra vez para ver qué me dice.
No lo deje para última hora, mire que mi Papá no va a esperar por ella para venirse. Además, puede que se venga pronto porque ya está aburrido de esos lares.
- Ah no, mañana mismo llamo a mi cuñada.
- Bueno.
- Gracias mijo y disculpe que lo llame a esta hora, pero fue cuando conseguí el número de teléfono –escuché su risa –usted sabe, con esta edad se nos pierde todo, hasta luego.
- No se preocupe, que tenga buenas noches.
- Chao.
- Chao.

Al trancar el teléfono, pensé en que esas medicinas deben ser bien buenas o que así serán los dolores de la vejez que producen tanta ansiedad.

Me devolví a la silla para continuar con la lectura, pero ya mis ojos se cerraban solos. El cansancio de la fuerte jornada del día estaba haciendo mella en las ganas de terminar el cuento, pues nada, será mañana que lo termine, si este libro se deja leer.

FIN



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