Autor: Martín A.
Fernández Ch.
Fecha: 06/06/2016
Un domingo en la mañana, algo
más de las siete, Juan invitó a sus hijos a que lo acompañaran a caminar al
Parque del Este:
– ¡Vamos a caminar al parque!
– No papá, tú tardas mucho
–dijo Toñito mientras jugaba en su celular y veía televisión al mismo tiempo,
sentado en el piso, descalzo, y aún en pijama aunque se había levantado hace
una hora.
– Papá, caminar es una ladilla
–resaltó Vicky quien se acababa de levantar y estaba preparando su desayuno:
cereal con leche.
– ¿Quieres decir que tu papá es
una ladilla? ¡Sabes que me molesta esa palabra! –dijo Juan mirando a su hija
directamente a sus ojos, arrugando su frente y alzando el tono de su voz.
– No te quise ofender papá, es
que me da mucho fastidio salir, además aún estoy dormida.
– ¡Vamos!,
es solo un rato, en una hora estamos de vuelta. Así compartimos y conversamos.
– ¡Si un rato! Jaja, siempre
dices lo mismo papá –señala Toñito en tono de reproche y torciendo la mirada
hacia arriba. –
¡Con
una condición! ¡Si me compras un refresco de colita! –dice emocionado
levantando la mano con su dedo índice señalando al techo, como señal de su
ocurrencia.
– Y yo quiero una cotufa –
secunda rápidamente Vicky, alegrando su semblante con una sonrisa cómplice y
mirando a su padre.
– La idea es hacer algo de
ejercicio y ustedes… ¡está bien!, vístanse rápido.
Juan tenía la rutina de salir
casi todas las mañanas a caminar al parque, vivía a cinco cuadras. Salía de su
apartamento, le daba una vuelta y regresaba, esta ruta normalmente lo hacía en
una hora. A veces, se conseguía con un amigo en el camino y, cuando la
conversación era amena, acompañado le daba una vuelta adicional. El médico le
había recomendado ejercitarse todos los días para mejorar su nivel de
colesterol “bueno”, un problema que lo tenía preocupado. La intención de salir
con sus hijos era ir creando en ellos el hábito de cuidarse físicamente y,
además, ponerse al día sobre sus vidas, ya que estaban pasando unas vacaciones
juntos, puesto que los niños viven con su madre en otra ciudad.
En ese trayecto de costumbre,
justamente al pasar por el frente del Centro Comercial Plaza, Juan y sus hijos
vieron a una mujer tirada en el medio de la calle, boca abajo, de unos treinta
años, su cabello era negro y su piel morena, vestía con camisa y pantalón,
tenía puesto zapatos de tacón alto. Había dos policías cuidándola, uno desviaba
el tránsito para que no la pisaran, y el otro, parado a su lado, la
miraba mientras hablaba por su celular.
– ¿Qué le pasó a esa mujer?
–preguntó Vicky con cierto susto en su voz.
– ¿Qué le pasó? –dijo enseguida
Toñito aterrado y agarrando con cierta fuerza la mano de su padre.
– ¡No sé!, habría que
preguntar –. Conociendo el lugar y lo temprano del día, Juan se imaginó lo que probablemente
le había pasado a la mujer, pero no se atrevía a hacer ese tipo de conjeturas a
los niños.
– ¿Estará muerta? –se aventuró
a decir Toñito, quien seguía aferrado a la mano.
– ¡No está muerta! –le
respondió Vicky pero mostrando inseguridad. Se tomó una pausa para pensar y se
le ocurrió una razón válida para ella: – ¡No ves que no hay sangre en el piso!,
Yo creo que se desmayó.
– Tú piensa lo que quieras, a
mí me parece que está muerta –insistió Toñito, haciéndole una seña a su
hermana, como haciendo entender que es una locura su idea.
– Papi, ¿Los policías por qué
no la ayudan? –preguntó Vicky.
– Por lo mismo que discuten
ustedes. Ellos no saben lo que tiene la chica. Seguro llamaron a los
paramédicos para que vengan a verla. Me parece que no está muerta, si no
tendría la cabeza cubierta con un paño, esa es la costumbre –les respondió Juan
con mucha cautela en sus palabras.
– ¿Vamos a preguntarle a los
policías? –propone Vicky.
– Pregunta tú, a mí me da pena
–respondió Toñito mirando directo al rostro de su hermana.
– Hagamos algo, vamos a seguir caminando, y al regreso les
preguntamos –dijo Juan con el propósito de huir de una posible respuesta que
coincidiera con su sospecha, y que luego tendría que dar explicaciones de adulto
a sus hijos.
FIN
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