jueves, 15 de enero de 2015

EL HELADO, POSTRE QUE MERECE SU DÍA

Por Martín Fernández, Enero 2015

¿Quién no ha probado un helado? ¿A quién no le gusta?, en el caso de existir una persona que responda con un “Yo”, seguramente es un atorado de esos que para todo levanta la mano, y luego averigua de qué se trata, si es así, entonces que vuelva a leer la pregunta. Ya sea como raspado, cepillado, chupi-chupi, super sándwiches, pastelado, crema real, bati bati (con la bola de chicle en el fondo, sino no sirve), morochos (los favoritos para compartir con un amigo), barquilla (la hazaña es comerse lo de adentro sin morder la galleta, y solamente se valía hacerlo succionando desde la punta del cono), entre otros. Y qué me dicen de los helados tipo caseros en vasitos plásticos, que venden en una ventanita de una casa, con sabores a coco, toddy, leche condensada, o de frutas. Otra opción era y sigue siendo, cuando uno estaba en emergencia por el calor obstinante del día, nos las ingeniábamos para hacer muestro propio helado, congelando en vasitos cualquier jugo que estuviese disponible en la nevera, como de manzana, pera o naranja.

Los helados hacían famosos los sitios. ¿Quién no recuerda La Tomaselli o Crema Paraíso?, cuando los domingos nuestros padres mencionaban cualquiera de estos lugares, automáticamente nuestro cerebro empezaba a procesar que tipo de helado tocaba comerse esa vez. Y si nos llevaban a un restaurant a almorzar, que tuviese helado de postre, en caso contrario se descartaba para comer.

El helado siempre tiene espacio en nuestro estómago, a pesar de haber comido un almuerzo o cena hasta reventar. Esto se debe, a que el órgano ha evolucionado en el tiempo, para crear una inteligencia digestiva y engañar al cerebro, enviándole una señal de saciedad para finalizar el apetito por la comida, pero a su vez, creando las ganas de helado como postre.

¿Quién nos enseñó a comer helado? seguro todos sabemos la respuesta y coincidimos en que fueron nuestros padres, de la misma manera que lo vamos haciendo con nuestros hijos. El comer helado es una de las tradiciones más versátiles y universales que ha pasado de generación a generación. Es el segundo alimento que probamos, luego de la leche materna en la lactancia, y que no dejamos de consumir hasta que nos llegue la muerte. Quizás no olvidamos la primera vez que lo probamos, porque éramos bebés, pero seguramente recordamos ese día que nos quedamos inmóviles, por la sensación de un frío profundo, que de la boca subió por el tabique nasal para congelar el cerebro, como consecuencia habernos metido en un buen tajo de helado.  

Según la ciber-enciclopedia wiquipedia, el primer helado aparece en los años 4.000 a.c., el cual era una especie de pasta de arroz hervido con especias y leche, envuelta en nieve para solidificarla. En Persia, 400 a.c. aparece también. Alejandro Magno, Nerón y las cortes árabes, hacían sus cocteles de frutas endulzadas y los enfriaban con nieve traídas de las montañas por los esclavos. En China, el emperador Tang, entre 618 y 697 a.c., hacía su mezcla de hielo con leche. El aventurero Marco Polo, en el siglo XIII, llevó varias recetas de postres helados usadas en Asia, las cuales se volvieron populares en las cortes italianas, y en el resto de Europa. En 1986, el ciciliano Francisco Procope montó la primera heladería en París, reconocido por el Rey Luis XIV, en cuyo reinado comenzaron a prepararse los helados de vainilla y chocolate, mas tarde, los de crema de leche, y así evolucionaron hasta llegar a su forma actual. Luego, en 1913, se inventó la primera máquina para elaborar helados. Hay que agradecer que se inventaran las neveras refrigerantes, porque de no ser así, la sociedad mundial seguramente no estaría dividida en niveles socioeconómicos, sino en los consumidores de helados y los vendedores de hielo (que no serían esclavos, sino un grupo de personas visionarias, dueño de empresas instaladas en los polos Norte y Sur, sacando hielo), y hoy en día, el helado se cotizaría a precios superiores al barril de petróleo.

Hay razones suficientes para decretar la celebración del día del helado. Esto sería para reivindicar el honor de aquellos hombres que se esforzaron por la creación y evolución de este producto, desde aquellos esclavos que tenían que traer hielo desde las montañas, pasando por los viajeros que trasladaron las recetas, hasta aquellos que fueron perfeccionando la fórmula. Toda una odisea histórica. Además, cuál era y sigue siendo la verdadera razón de salir corriendo a la salida del colegio, ¿para ir a casa?, pues no, todo ese agite se debe al desespero para comprar el raspado o el helado, antes de que se fuera el transporte. Y pensándolo bien, ¿Que mayor ofrenda podríamos darles a los extraterrestres cuando nos visiten?, estoy seguro que si le preparamos un Banana Split, nos van querer como sus dioses.

¡Imagínense la forma de celebrar ese día!, habría expoferias donde podremos disfrutar de todos los tipos de helados, de todos los sabores, y hasta habría concursos para inventar sabores. En todas las heladerías habría descuentos sustanciosos en los precios. Las fábricas abrirían sus puertas para hacer visitas guiadas. Los buhoneros venderían helados con anuncios para enamorados “un helado regalado, es un amor asegurado”. Y lo mejor de todo, que ese día nos damos el gustazo de desayunar, almorzar y cenar helado.

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