Martín Fernández, 18/05/2015.
Es necesario perdonar el
pasado, me refiero a errores cometidos por nosotros, y por los nuestros y no
tan nuestros, los cuales muchas veces los traducimos en fracasos. Nuestra mente
nos trae el pasado para torturarnos, si la dejamos libre es como el salitre que
corroe poco a poco el hierro, debilitando nuestra pasión de vivir el presente y
la fe y esperanza en un mejor futuro.
Los malos recuerdos sin
perdonar nos atascan en el pozo del miedo a vivir, porque pensamos que volverán
a repetirse y que podrían significar un volver a fracasar. ¿Cómo seguir siendo
valiente en la vida, si nuestra mente nunca olvida?, simplemente perdonando y
dejando ir dichos recuerdos, cada vez que regresen.
La acción emocional de perdonar
el pasado es como el desprendimiento de la costra de una herida que ha sanado,
a pesar de las marcas o cicatrices que deja para no olvidarla. Estas señales
que siempre llevaremos con nosotros serán demostraciones de nuestra capacidad
de superarnos de las sorpresas de la vida, que siempre tendremos la fuerza
interna para levantarnos de las caídas, sin importar que los rasguños sean en
las rodillas, manos e incluso en la cara.
La vida es un mar de
sorpresas, buenas y malas. Su diversidad es lo que finalmente la define, es lo
hace que sea divertida. Si tenemos buenas experiencias, ¿por qué nos
enfrascamos solamente en rumiar en los recuerdos venenosos?, detrás de la
acción de perdonar surge una acción de reconocer algún aprendizaje, que algo
bueno te dejó y hasta apreciar que existió algo generoso. Si vivimos sin
juzgar, que las cosas pasan por algún motivo, que todo tiene su razón de ser y
que Dios siempre nos tiene preparado algo mejor porque nos ama, no debemos
preocuparnos de vivir la vida.
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